
Ha sido mi primer año desde que decidí ayudar con mi balsámica presencia a los humanos que viven en mi casa. No era mi casa, pero como decía Julio César, ese emperador romano tan querido: «Vine, vi, vencí», o en otras palabras, una vez que decidí que quería vivir allí, se convirtió automáticamente en mi propiedad, nadie podía quitármela.
Como soy magnánima y generosa, dejé que los humanos que vivían allí de antes se quedaran; eso sí, como mis proveedores de comida y sirvientes personales*. De vez en cuando les permito que me acaricien el lomo, parece que funciona muy bien como método de pago por sus servicios.
Empezando desde la semana que viene, os contaré mis aventuras desde mi nacimiento hasta hoy. Mientras tanto, portaos bien y estudiad idiomas.
*No me juzgues por comportarme así. Los vikingos que invadieron las costas del norte de Europa solían hacerlo muy a menudo. ¡Quedarse con la casa y con sus habitantes como esclavos!