En la anterior entrada semanal sobre educación, empezamos a comentar que es conveniente no emitir juicios referidos a las acciones o comportamientos de nuestros hijos. Decir, por ejemplo: «Muy bien, muy bonito», puede llegar a ser perjudicial, así como «¿No puedes esforzarte más?». ¿Cómo? Cada comentario puede herir los sentimientos de tu hijo, de los modos que detallaremos a continuación. También daremos sugerencias para mejorar poco a poco la comunicación con nuestros hijos (y de rebote, con cualquier persona).
Los niños y las niñas están formándose y aún no disponen de todo el repertorio emocional y de seguridad que tenemos las personas adultas. Cuando las personas de referencia para el niño, decimos que algo nos parece bien, estamos indicando inconscientemente que también podía haberse hecho mal, lo que traería nuestro enfado, frustración o reprimenda. Así mismo, si halagamos demasiado cualquier cosa que haga, llegará un momento en el que note que hay algo raro, que no le estamos diciendo la verdad, o que lo hacemos simplemente por cumplir, sin mirar ni escuchar lo que quiere enseñarnos.
El equilibrio está en elegir una parte (o varias) de aquello que queremos reforzar, y decirlo con detalle. Veamos un ejemplo entre adultos: si una persona te dice «Estás guapa», puede que tengas dudas sobre su sinceridad, o rechaces el halago, o pienses que lo dice por amabilidad, o que se lo dice a todo el mundo. Si, en cambio, te dicen algo concreto, como «me encanta tu peinado», «te sienta bien ese color/esa prenda»… ¿cambia algo? Pruébalo con tu pareja y nos comentas.
Con los niños, pasa otro tanto. Imagina que tu hijo ha recogido su cuarto por propia iniciativa: seguro que ves juguetes amontonados con la mejor intención, ropa hecha una bola dentro del armario e incluso restos de la merienda sobre la mesa. Pero tu hijo está feliz y ansioso por recibir una felicitación. Vale, si lo llegas a hacer tú estaría impecable, pero recuerda estamos en una carrera de larga distancia: educando. Si dices: «Bien que recoges cuando quieres», «Buf, déjame que doblo bien la ropa que luego se arruga y después tengo que plancharla yo», estás echando a perder una excelente oportunidad de que este comportamiento se repita. ¿Qué hacer?
- Busca la buena intención que hay en el origen del comportamiento y dila en voz alta: «¡Gracias por haber recogido tu cuarto!».
- Busca y encuentra los detalles que se ajustan a lo que deseas. Por ejemplo: «Has quitado la ropa del suelo y la has guardado en el armario».
Recuerda, además, que con cada pequeña mejora, cada avance que realizamos en cualquier área de nuestra vida nos abrimos la puerta para expandirlo al resto, con lo que nuestra vida saldrá reforzada. Si además comenzamos por nuestra relación como madre o padre, nuestros hijos serán los primeros beneficiados.